Cristóbal Colón y el descubrimiento de América: historia desde el monumento de Barcelona
En el corazón del puerto de Barcelona, un dedo señala con firmeza hacia el horizonte. Muchos creen que apunta a América, otros dicen que mira hacia Mallorca. Lo cierto es que el Monumento a Colón de Barcelona, inaugurado en 1888, se ha convertido en uno de los iconos más reconocibles de la ciudad… y también en uno de los más polémicos.
Porque sí, Colón está en el centro de un debate: ¿genio de la navegación o responsable de una tragedia histórica? ¿Descubridor de un nuevo mundo o invasor de tierras ya habitadas? En este artículo no vamos a resolver ese dilema —si es que se puede resolver—, pero sí vamos a repasar su historia desde un punto muy concreto: el propio monumento.
Y es que la gran columna de hierro que lo sostiene, de más de 50 metros de altura, no está sola. En su base encontramos varias figuras que acompañaron a Colón en su gesta —y en su caída—. A través de ellas, reconstruimos no solo el viaje, sino también las contradicciones de un hombre que cambió el mundo… para siempre.

La Barcelona que quiso mirar al mar
Antes de hablar de Colón, hablemos de Barcelona. Porque este monumento no surgió por casualidad, sino en un momento clave para la ciudad: la Exposición Universal de 1888.
A finales del siglo XIX, Barcelona estaba decidida a presentarse al mundo como una ciudad moderna, abierta y progresista. Para ello, necesitaba símbolos. Y ¿qué mejor símbolo que una figura que había cruzado océanos y descubierto “nuevos mundos”? Aunque Colón partió desde Palos de la Frontera, Cataluña reivindicaba su figura —algunos incluso decían que era catalán— y con eso bastó.
Así, en plena transformación del puerto, se levantó una columna de hierro fundido coronada por la estatua del navegante. Pero lo más interesante del conjunto está en su base: un grupo escultórico con personajes clave en la historia del descubrimiento. Gracias a ellos, podemos contar la historia no solo de un hombre, sino de todo un proyecto político, religioso, económico y científico.

Luis de Santángel: el dinero detrás del viaje
La primera figura que encontramos es Luis de Santángel, consejero de los Reyes Católicos y principal financiador del viaje de Colón. La leyenda dice que Isabel la Católica empeñó sus joyas para ayudar al navegante, pero la realidad es que fue Santángel —valenciano, de familia judía conversa— quien puso el dinero.
En el monumento aparece con una bolsa de monedas, recordándonos que el descubrimiento fue también una empresa económica, impulsada por intereses comerciales, especialmente por las ansias europeas de llegar a Oriente sin pasar por el control otomano.
Santángel no solo representa el capital, sino también el pragmatismo. Sin él, Colón no habría zarpado. Y sin dinero, el descubrimiento de América no habría pasado de ser un sueño en los mapas.
Bernardo Boyl: la cruz que llegó después
En el segundo nivel del monumento aparece Bernardo Boyl, fraile benedictino, vicario apostólico y primer misionero enviado a las nuevas tierras. Aunque en el primer viaje no hubo clérigos, Boyl fue enviado en el segundo con una misión muy clara: evangelizar a los pueblos indígenas.
En la escultura, Boyl bendice a un indígena arrodillado. La imagen puede parecer simbólica, pero condensa una realidad muy dura: la evangelización formó parte inseparable del proceso de conquista y colonización. Bajo la excusa de expandir la fe cristiana, se justificaron guerras, desplazamientos forzados y conversiones obligadas.
Boyl representa ese otro rostro del descubrimiento: el religioso. Un rostro que, en nombre de una misión espiritual, acompañó y avaló una transformación cultural de consecuencias irreversibles.




Pedro Margarit: la espada de la colonización
No podía faltar un soldado. En el monumento encontramos también a Pedro Margarit, capitán de origen aragonés y figura clave en la consolidación del primer asentamiento europeo en América: La Isabela, en la actual República Dominicana.
Margarit fue uno de los encargados de “mantener el orden”, lo cual en la práctica significó reclutar indígenas, organizar expediciones mineras y sofocar cualquier resistencia. En la escultura aparece con una espada, símbolo de la violencia estructural que acompañó la colonización desde el principio.
La relación entre europeos e indígenas no fue pacífica. Aunque Colón hablaba de “buenos salvajes”, la realidad pronto impuso otras lógicas. La destrucción del Fuerte Navidad y los primeros enfrentamientos marcaron el tono de lo que vendría: explotación, guerras y esclavitud.
Jaume Ferrer de Blanes: repartir el mundo con regla y compás
Por último, una figura que suele pasar desapercibida pero que fue fundamental: Jaume Ferrer de Blanes, cartógrafo y cosmógrafo catalán que participó en la elaboración del Tratado de Tordesillas (1494).
Este tratado, avalado por el Papa, repartió el mundo entre España y Portugal. A partir de una línea imaginaria en el Atlántico, ambos reinos se dividieron las zonas de conquista y navegación. Ferrer representa la ciencia puesta al servicio del poder: mapas, globos terráqueos, reglas y cálculos usados para justificar el reparto de tierras que ni conocían… y mucho menos les pertenecían.
En la base del monumento, Ferrer señala un globo terráqueo, como diciendo: “todo esto está por descubrir”. Pero también parece decir: “todo esto está por repartirse”. Y eso hicieron.
¿Héroe o villano? Las sombras de una estatua
Volvemos a mirar la cima del monumento. Allí está Colón, señalando hacia el mar. Su figura ha atravesado los siglos, celebrada por unos, cuestionada por otros. Durante mucho tiempo se le consideró el gran navegante que abrió el camino entre dos mundos. Hoy, su legado genera debate y distintas interpretaciones.
Colón no llegó a Cipango ni encontró palacios de oro, pero sí entró en contacto con territorios habitados por pueblos con formas de vida muy distintas a las suyas. A partir de ese encuentro se iniciaron procesos de colonización, explotación y transformación que marcaron profundamente la historia del continente americano. También su vida tuvo giros inesperados: regresó a España encadenado, cayó en desgracia y murió sin conocer del todo el alcance de su viaje.
Su estatua en Barcelona permanece en pie. Más allá del homenaje, funciona también como una invitación a la reflexión. Un símbolo que nos plantea preguntas sobre la memoria, sobre cómo representamos el pasado y qué figuras escogemos para hacerlo.
¿Fue Colón un héroe o un villano? La historia rara vez ofrece respuestas simples. Lo que sí podemos hacer es leer estos monumentos desde múltiples ángulos: entender sus contradicciones, su contexto y su influencia. Tal vez así podamos comprender un poco mejor también nuestro presente.

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