Nazis en el Palau de la Música: cuando el modernismo se mezcló con la propaganda
El Palau de la Música Catalana es uno de los edificios más bellos de Barcelona. Una joya del modernismo, obra del arquitecto Lluís Domènech i Montaner, que desde 1997 está reconocida como Patrimonio Mundial de la UNESCO. Hoy lo visitamos para disfrutar de conciertos inolvidables, dejarnos deslumbrar por sus vidrieras o maravillarnos con su claraboya. Pero la historia del Palau también guarda episodios oscuros y sorprendentes.
Durante los primeros años de la dictadura franquista, en plena Segunda Guerra Mundial, el auditorio se convirtió en escenario de homenajes al régimen nazi alemán. Es difícil imaginarlo: aquel templo de la música, repleto de esvásticas y saludos fascistas. En este artículo vamos a recorrer la historia del Palau desde sus orígenes modernistas hasta ese inquietante capítulo, para entender cómo un espacio dedicado al arte se transformó, por un tiempo, en escenario de propaganda política.

Lluís Domènech i Montaner: el otro gran modernista
Cuando se habla de modernismo en Barcelona, casi siempre surge un nombre: Antoni Gaudí. Su figura ha eclipsado a otros arquitectos de su tiempo, pero Lluís Domènech i Montaner (1850–1923) fue uno de los grandes protagonistas de este movimiento.
Nacido en el seno de una familia acomodada, Domènech estudió primero Ciencias Físico-Matemáticas y después arquitectura. Desde joven demostró ser un hombre polifacético: arquitecto, teórico, político y un gran intelectual de su tiempo.
Su consagración llegó con la Exposición Universal de 1888, para la que diseñó obras como el desaparecido Hotel Internacional y el Castell dels Tres Dragons. Más tarde levantaría edificios como la Casa Lleó Morera, el Hospital de Sant Pau y, por supuesto, el Palau de la Música Catalana.
Además, Domènech fue una figura clave en el nacimiento del catalanismo político. Fundó la Lliga Regionalista, defendió la identidad cultural de Cataluña y llegó a ser diputado en las Cortes españolas. Sin embargo, acabó distanciándose de la política para centrarse en su verdadera pasión: la arquitectura.
Fue en la madurez de su carrera, ya con más de 50 años, cuando proyectó sus dos obras maestras: el Hospital de Sant Pau y el Palau. Dos edificios que aún hoy resumen la ambición del modernismo: unir arte, técnica y simbolismo en construcciones que fuesen algo más que simples espacios funcionales.

El Palau de la Música: una catedral modernista para la música catalana
El Palau de la Música Catalana se construyó entre 1905 y 1908, sobre el solar del antiguo convento de San Francisco, en pleno barrio de la Ribera. El encargo vino del Orfeó Català, una sociedad coral fundada en 1891 por Lluís Millet y Amadeu Vives, que soñaba con dotar a Barcelona de una gran sala de conciertos.
Domènech aceptó el reto y levantó un edificio que combinaba racionalidad estructural con un derroche de ornamentos modernistas. En el exterior, la estrechez de las calles impide contemplar la fachada en toda su magnitud, pero aún así sobresale el grupo escultórico de “La Canción Popular”, una alegoría de la cultura catalana que parece emerger como la proa de un barco.
Sin embargo, lo más sorprendente está dentro. Gracias a una innovadora estructura de hierro, Domènech creó un auditorio diáfano y luminoso, iluminado por enormes vidrieras y presidido por una claraboya invertida que representa el sol. Diseñada por Antoni Rigalt, esta obra maestra de vidrio inunda la sala de tonos dorados, azules y rosados.
El escenario, decorado con bustos de compositores y esculturas monumentales —incluida una cabalgata de las valquirias de Wagner— refuerza la sensación de estar en una auténtica “obra de arte total”, donde arquitectura, música y artes decorativas se funden en una sola experiencia. El Palau se convirtió pronto en uno de los símbolos culturales de Barcelona. Sin embargo, como tantos edificios históricos, también fue escenario de episodios políticos que lo marcaron para siempre.

Barcelona en la posguerra: entre Franco y Hitler
La Guerra Civil Española terminó en 1939 con la victoria del bando franquista. El país quedó devastado: hambre, represión y una profunda crisis económica marcaron los primeros años de la dictadura. Mientras tanto, en Europa estallaba la Segunda Guerra Mundial.
Aunque el régimen de Franco declaró la neutralidad, sus simpatías por Alemania e Italia eran evidentes. El apoyo militar que Hitler y Mussolini habían dado a Franco durante la guerra civil generaba una especie de “deuda moral”, y la propaganda franquista aprovechó la oportunidad para mostrarse cercana a los regímenes fascistas.
Barcelona, ciudad que había sido republicana, obrera y resistente, debía ser “reeducada” y exhibida como leal al nuevo orden. Por eso no es casual que muchos actos de propaganda nazi tuvieran lugar en la ciudad, y que el Palau de la Música Catalana fuese escogido como escenario.
Nazis en el Palau de la Música: Himmler, las juventudes hitlerianas y los coros de Berlín
Las imágenes más impactantes que conservamos son de los años 1940 a 1943, cuando el Palau apareció decorado con esvásticas, retratos de Hitler y saludos fascistas.
En octubre de 1940, Barcelona recibió la visita de Heinrich Himmler, jefe de las SS y una de las figuras más poderosas del Tercer Reich. Su paso por Montserrat alimentó rumores sobre la búsqueda del Santo Grial, pero lo cierto es que también se trató de un acto de propaganda. En los años siguientes llegaron delegaciones de las Juventudes Hitlerianas y, en noviembre de 1943, un coro de Radio Berlín actuó en el Palau. Según relató el diario La Vanguardia, el público abarrotó la sala y ovacionó largamente a los jóvenes cantores. Las fotografías muestran con claridad cómo el auditorio modernista, pensado para exaltar la música catalana, se transformó por unos días en un espacio de propaganda nazi.
También se celebraron allí festividades del calendario nacionalsocialista, como el Día de Acción de Gracias de la Cosecha, con el Palau decorado de símbolos nazis.
Sin embargo, el contexto internacional cambiaba rápidamente. Para 1943, Alemania ya había sufrido el fracaso de la Operación Barbarroja y comenzaba a retroceder en todos los frentes. Lo que en 1940 parecía el triunfo inevitable del Eje, en pocos años se convirtió en una derrota anunciada. Con el final de la guerra en 1945, estas imágenes quedaron como un recuerdo incómodo. El franquismo intentó distanciarse de sus antiguos aliados, y poco a poco se borraron las huellas de aquel acercamiento.
El Palau de la Música Catalana es, ante todo, un monumento a la creatividad y al esplendor del modernismo. Su interior sigue siendo uno de los espacios más bellos del mundo para escuchar música. Pero su historia nos recuerda que incluso los lugares dedicados al arte y la cultura no están libres de ser usados con fines políticos.




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