La Muerte de la Sagrada Familia: entre anarquistas, bombas y Guerra Civil (2/3)

La Sagrada Familia es mucho más que una iglesia inacabada. Es un reflejo directo de los momentos más convulsos que ha vivido Barcelona: desde la revolución industrial hasta la Guerra Civil. En la entrada anterior de esta serie vimos cómo el templo nació en un contexto de cambio acelerado, desigualdad social y crisis espiritual. Hoy seguimos con la segunda parte de esta historia, en la que no hablaremos de construcciones ni de vitrales, sino de bombas, anarquistas, revoluciones fallidas y la muerte de su arquitecto más ilustre: Antoni Gaudí. 

Este capítulo de la historia de la Sagrada Familia nos conduce directamente a la fachada de la Pasión, la más austera, la más sobria y, para muchos, la más conmovedora del templo. Y es que fue la violencia de la historia la que terminó marcando su forma, sus silencios y su sentido profundo.

foto antigua de la sagrada familia
Arxiu Municipal de Barcelona

De la ciudad de los prodigios… a la ciudad de las bombas

A finales del siglo XIX, Barcelona era una ciudad que vibraba al ritmo de las fábricas, el humo y el dinero. Pero bajo esta imagen de progreso se escondía un hervidero de tensiones sociales. La industrialización no trajo bienestar para todos: mientras una élite se enriquecía, la mayoría de trabajadores vivía en condiciones miserables. 

Este malestar social prendió la mecha de algo nuevo: el movimiento obrero organizado. En 1870, Barcelona fue sede del primer Congreso Obrero de España, un encuentro en el que las ideas de Marx, Bakunin y otras figuras del socialismo y el anarquismo europeo se pusieron sobre la mesa. 

Aquí se empezaron a perfilar tres grandes corrientes dentro del movimiento: 

  • Los marxistas, que apostaban por partidos obreros fuertes para conquistar el poder político. 
  • Los anarquistas, que rechazaban cualquier forma de autoridad, incluso la del Estado obrero, y promovían la autogestión desde abajo. 
  • Los cooperativistas, menos conocidos, pero con mucho arraigo en Cataluña. Estos defendían una economía basada en la colaboración entre obreros, sin necesidad de lucha de clases ni partidos políticos. 

Curiosamente, Gaudí simpatizaba con esta última corriente. Estaba en contacto con Salvador Pagès, líder del movimiento cooperativista y fundador de la Cooperativa Obrera de Mataró, la primera fábrica gestionada por trabajadores en España. Gaudí incluso colaboró con ellos diseñando edificios, viviendas y la imagen institucional (una abeja como símbolo de trabajo colectivo). 

Resultaba casi paradójico que un hombre tan vinculado al mundo obrero estuviera construyendo el templo católico más ambicioso de su tiempo. Más aún si tenemos en cuenta que su futuro mecenas, Eusebi Güell, era uno de los empresarios más ricos de Barcelona. 

Gaudí se movía entre dos mundos: el de los oprimidos y el de los poderosos.

Arxiu Municipal de Barcelona

La ciudad arde: anarquismo y violencia en Barcelona

La situación política en España se volvía cada vez más tensa. Tras el fracaso de la Primera República, el sistema político quedó en manos de una falsa alternancia entre liberales y conservadores, dejando al margen a los partidos obreros. Fue entonces cuando algunos sectores del anarquismo comenzaron a abrazar una táctica radical: la propaganda por el hecho. 

Esta estrategia defendía que una acción violenta —un atentado, por ejemplo— podía despertar la conciencia de la clase trabajadora. Y Barcelona fue su campo de pruebas. 

  • 1893: Paulino Pallás atentó contra el general Martínez Campos. Fue ejecutado dos semanas después. 
  • 1894: En venganza, Santiago Salvador arrojó dos bombas en el Teatro del Liceu, matando a 22 personas. 
  • 1896: Tomás Ascheri hizo estallar una bomba durante la procesión del Corpus Christi. Murieron 12 personas inocentes. 

Barcelona se ganó el sobrenombre de «La ciudad de las bombas». Los atentados usaban artefactos llamados bombas Orsini, diseñadas originalmente por un revolucionario italiano. La ciudad vivía con miedo, y la represión del Estado no se hizo esperar: arrestos masivos, torturas y fusilamientos, como los famosos procesos de Montjuïc.

Gaudí no fue ajeno a este clima de tensión. En la fachada del Nacimiento, esculpió una escena titulada La Tentación del Hombre, donde un diablo entrega una bomba Orsini a un obrero. Una denuncia clara del uso de la violencia, pero también un reflejo del mundo en el que vivía y trabajaba.

La Semana Trágica y el giro místico de Gaudí

En 1909, el descontento social volvió a estallar. El gobierno español ordenó el envío de reservistas (en su mayoría obreros) a la guerra de Marruecos. La burguesía podía pagar para librarse del servicio militar; los pobres, no. Esto desató una huelga general bajo el lema: “¡Abajo la guerra! ¡Que vayan los ricos!” 

Durante siete días, Barcelona ardió. Se levantaron barricadas, se cortaron las comunicaciones y, sobre todo, se atacaron edificios religiosos. Se quemaron más de 60 iglesias y conventos, se asesinaron sacerdotes y se profanaron cuerpos de monjas en escenas dantescas. 

Pero la Sagrada Familia quedó intacta. Nadie sabe exactamente por qué. ¿Fue respeto por la figura de Gaudí? ¿Una señal? Lo cierto es que el arquitecto, profundamente religioso en esta etapa de su vida, quedó impactado. Tanto, que abandonó definitivamente la arquitectura civil. 

Ese mismo año terminaba la Casa Milà (La Pedrera), y sería su última obra no religiosa. A partir de entonces, Gaudí vivió casi recluido en la Sagrada Familia. Se instaló en un pequeño taller en el interior del templo, adoptó un estilo de vida austero, tomó votos de pobreza y se consagró por completo a la obra.

El día en que murió Gaudí (y casi muere la Sagrada Familia)

El 7 de junio de 1926, Gaudí fue atropellado por un tranvía en la Gran Vía de Barcelona mientras iba a misa. Murió tres días después. Tenía 74 años. Su entierro fue multitudinario: miles de personas salieron a la calle para despedir al arquitecto que había dado forma al símbolo más reconocible de la ciudad. 

Aunque había dejado planos, maquetas y notas detalladas para que su obra pudiera continuar, nadie imaginaba que lo peor estaba por venir. 

En 1936, con el estallido de la Guerra Civil Española, Barcelona volvió a sumirse en el caos. Esta vez, la Sagrada Familia no corrió la misma suerte que en 1909. Un grupo anarquista prendió fuego a la cripta y al edificio de las escuelas. Lo más trágico fue la destrucción de los talleres de Gaudí, donde se conservaban sus dibujos, planos, escritos y maquetas. Cuarenta años de trabajo desaparecieron en una sola noche. 

Durante más de tres décadas, la construcción del templo quedó paralizada. Solo quedaban ruinas, cenizas y una idea sin cuerpo. La muerte de Gaudí y la guerra hicieron que, por un tiempo, se pensara que la Sagrada Familia había muerto con él.

La fachada de la Pasión: piedra y sufrimiento

No fue hasta 1956 que se retomaron los trabajos, y se inició la construcción de la fachada de la Pasión, en base a las pocas directrices que Gaudí había dejado. Esta fachada sería todo lo contrario a la del Nacimiento: desnuda, oscura, dolorosa. Según el arquitecto, debía parecer “un esqueleto reducido a sus líneas esenciales”. Un lugar donde el sufrimiento de Cristo se mostrara sin adornos, sin consuelo. 

Esta fachada no solo representa la pasión de Jesús, sino también la pasión de la propia ciudad: sus guerras, sus explosiones, sus muertes. Es el reflejo de una Barcelona atravesada por la violencia, la lucha de clases, la represión… y la esperanza de que, después de todo eso, pueda llegar la gloria.

fachada pasion construcción foto antigua
Arxiu Municipal de Barcelona

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