Casa Fuster historia en Barcelona: del lujo modernista a las noches de jazz

Al final del Passeig de Gràcia, justo donde la ciudad elegante se funde con el antiguo pueblo de Gràcia, se alza una joya modernista que parece salida de otro tiempo: la Casa Fuster. Este palacete, obra del arquitecto Lluís Domènech i Montaner, es uno de los edificios más emblemáticos de Barcelona, tanto por su historia como por su belleza. 

Pero detrás de su fachada de mármol blanco se esconde algo más que un ejemplo de arquitectura modernista. La Casa Fuster fue un regalo de amor, una residencia burguesa, un símbolo de estatus, y hoy —más de un siglo después— se ha convertido en un espacio cultural donde la música de jazz revive el espíritu bohemio de la ciudad.

En este recorrido por la Casa Fuster historia en Barcelona, descubriremos cómo un palacio privado del siglo XX logró sobrevivir al olvido y reinventarse sin perder su esencia.

Passeig de Gràcia, Jardinets de Salvador Espriu. Casa Fuster (1928). Fotografía: Arxiu Municipal de Barcelona.

Lluís Domènech i Montaner, el arquitecto que soñó en mármol blanco

Hablar de la Casa Fuster es hablar de Lluís Domènech i Montaner (1850–1923), uno de los grandes nombres del modernismo catalán junto a Gaudí y Puig i Cadafalch. 

Domènech no solo fue arquitecto: también fue profesor, político y teórico del modernismo. Desde su cátedra en la Escuela de Arquitectura de Barcelona, defendió una idea clara: la arquitectura debía ser racional, funcional y, al mismo tiempo, profundamente artística. 

Su legado en la ciudad es inmenso. El Palau de la Música Catalana (1905–1908) y el Hospital de la Santa Creu i Sant Pau (1902–1930) son dos de sus obras maestras, reconocidas por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad. 

Ambos edificios combinan técnica moderna —como el uso del hierro y el vidrio para aprovechar la luz natural— con una ornamentación exuberante llena de mosaicos, esculturas y vitrales que celebran la creatividad catalana de comienzos del siglo XX. 

Pero Domènech i Montaner también dejó huella en la arquitectura privada de Barcelona. Entre sus casas más destacadas figura la Casa Fuster, considerada su última gran obra residencial. Y como veremos, en ella volcó tanto su madurez artística como su sentido de la elegancia contenida.

Ramon Casas, Retrato de Lluís Domènech i Montaner. MNAC. Dominio público.

El origen de la Casa Fuster: un regalo de amor y de poder

La historia comienza en 1907, cuando el aristócrata mallorquín Marià Fuster i Fuster decidió comprar un solar privilegiado al final del Passeig de Gràcia, justo junto a los Jardinets de Gràcia, para construir una casa a la altura de su fortuna y de su esposa, Consuelo Fabra i Puig, hija del marqués de Alella. 

En aquel terreno se encontraba la antigua fábrica de chocolates Juncosa, que pronto fue demolida para dar paso a una residencia monumental. 

Fuster contrató a Domènech i Montaner, ya consagrado como arquitecto modernista, y le encargó una obra que impresionara a la alta sociedad barcelonesa. Las obras comenzaron en 1908 y se completaron en 1911. El resultado fue un palacete de tres fachadas recubiertas enteramente de mármol blanco, el primero de Barcelona en utilizar este material tan costoso en una vivienda privada. 

La Casa Fuster se convirtió enseguida en la residencia más cara de la ciudad. Sus columnas de piedra rojiza, sus balcones de forja, las ventanas trilobuladas y las formas ondulantes inspiradas en la naturaleza combinaban lujo y armonía. El arquitecto logró un equilibrio poco común: un edificio monumental, pero sin exceso, con una elegancia sobria que lo distingue dentro del modernismo catalán.

Vista hacia la montaña desde los Jardinets, con la Casa Fuster a la derecha. 1900. Arxiu Municipal de Barcelona.

De la casa más cara de Barcelona a un edificio olvidado

Desde su inauguración, la Casa Fuster fue un símbolo del esplendor burgués. Los Fuster-Fabra ocuparon la planta principal, mientras que las superiores se destinaron al alquiler —una práctica habitual para rentabilizar las grandes fincas de la época. 

En la planta baja se inauguró el Café Vienés, un elegante salón social que ofrecía acceso al público y donde la alta sociedad se reunía para conversar, escuchar música y mostrar su refinamiento. 

Pero el lujo tiene un precio. Mantener la casa resultó tan caro que, hacia 1920, la familia abandonó la residencia. A partir de entonces, el edificio pasó por distintas manos y adaptó sus usos: en los años 30, el Café Vienés siguió siendo un punto de encuentro de artistas e intelectuales; durante los 40 funcionó una sala de baile llamada Danubio Azul; y más tarde, incluso una popular horchatería valenciana. 

Entre sus vecinos ilustres destaca el poeta Salvador Espriu, que vivió allí de niño y más tarde inspiró el nombre de los jardines que hay frente al edificio: los Jardins Salvador Espriu. 

Sin embargo, el peor momento llegó en 1962, cuando la empresa eléctrica ENHER compró la finca con la intención de derribarla y construir un edificio de oficinas, el llamado “Proyecto Torre Barcelona”. 

La noticia provocó una ola de protestas vecinales y una movilización ciudadana que consiguió detener la demolición. Gracias a esa lucha, la Casa Fuster sobrevivió y se convirtió, además, en símbolo de la defensa del patrimonio barcelonés.

Vista parcial de la fachada de la Casa Fuster. 1915. Archivo Municipal de Barcelona.

La resurrección de una joya modernista

Durante las décadas siguientes, el edificio permaneció en un estado de semiabandono. 

No fue hasta finales de los años 90 cuando la cadena Hoteles Center adquirió la propiedad y decidió devolverle la vida. En el año 2000 comenzó un ambicioso proceso de restauración que respetó al máximo los elementos originales del edificio: las fachadas, las columnas, las vidrieras, los techos ornamentados y los suelos hidráulicos.

Cuatro años después, en 2004, el edificio reabrió convertido en el Hotel Casa Fuster, un elegante hotel de cinco estrellas y el primer “hotel monumento” de Barcelona. El proyecto no solo recuperó la grandeza original de Domènech i Montaner, sino que logró adaptarlo a las comodidades del siglo XXI. 

Hoy, el edificio sigue siendo una pieza clave del paisaje del Passeig de Gràcia, coronando la avenida con su imponente torre y su mármol luminoso.

Detalle de la Casa Fuster, paseo de Gràcia 132. 2023. Foto de Enric.

El Café Vienés y las noches de jazz: el pasado que sigue sonando

Uno de los espacios más especiales de la Casa Fuster es el Café Vienés, ubicado en la planta baja. Este salón modernista de techos altos, columnas de mármol rosa y ventanales curvos conserva intacto el aire elegante y artístico de la Barcelona de comienzos del siglo XX. 

Cada jueves por la noche, el café se transforma en un club de jazz en directo, una tradición que revive el espíritu bohemio y cultural que siempre ha acompañado al edificio. Por su escenario han pasado artistas de renombre internacional, y hasta el propio Woody Allen tocó el clarinete aquí durante una visita a la ciudad. 

Lo interesante de estas noches de jazz es que ofrecen una doble experiencia: disfrutar de buena música en un ambiente íntimo y, al mismo tiempo, descubrir desde dentro una joya modernista que forma parte de la historia de Barcelona. Sin que parezca un plan turístico, visitar la Casa Fuster durante una de estas veladas permite entender cómo el patrimonio puede seguir vivo, respirando cultura y modernidad al mismo tiempo. 

Más de un siglo después de su construcción, la Casa Fuster sigue siendo un emblema del modernismo catalán y un ejemplo de cómo la historia puede integrarse en la vida contemporánea. Por eso, recomendamos las noches de jazz del Café Vienés: un plan perfecto no solo para conocer la arquitectura modernista desde dentro, sino también para disfrutar de una experiencia auténtica en el corazón de Barcelona.

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