Anfiteatro Anatómico de Barcelona: una sala oculta donde la muerte educaba
ViBarcelona tiene miles de rincones, pero pocos son tan desconcertantes como el que vamos a visitar hoy. En pleno Raval, oculto tras una fachada neoclásica que pasa completamente desapercibida, se esconde el Anfiteatro Anatómico: una sala donde, desde el siglo XVIII, los cuerpos de los pobres y desconocidos fueron diseccionados delante de futuros cirujanos y… de gente con dinero que pagaba por verlo.
¿Y lo más curioso? A pesar de su belleza arquitectónica y de la potencia de su historia, este lugar no aparece en la mayoría de rutas ni guías de la ciudad. Si crees que ya lo has visto todo en Barcelona, probablemente este sitio te haga cambiar de opinión.
Barcelona y los hospitales: belleza y enfermedad de la mano
No es casual que Barcelona tenga algunos de los hospitales más bonitos del mundo: formamos parte de una ciudad obsesionada con unir arte y funcionalidad, incluso para cuidar —o despedir— a los enfermos. Seguro que todos conocen el Hospital de Sant Pau, pero lo que empezó ahí tiene sus raíces mucho más atrás.
Hubo un tiempo en que los hospitales no eran espacios de sanación, sino de acogida. Lugares donde el destino casi nunca era la recuperación, sino la espera. En la Antigüedad y la Edad Media, la mayoría de los enfermos pobres eran llevados a hospitales de caridad, gestionados por la Iglesia. Si no tenías dinero, el médico no venía a tu casa: eras trasladado a estos hospitales —muchos de ellos situados fuera de las murallas de la ciudad—, donde se te daba comida, cama y oración, pero no tratamiento real.
En Barcelona, el gran protagonista de este sistema fue el Hospital de la Santa Creu, fundado en el Raval a comienzos del siglo XV. Un conjunto monumental de estilo gótico civil tardío que puede sorprender por su belleza, pero cuyo propósito no era precisamente estético. Durante cinco siglos, fue el lugar donde los pobres y enfermos de la ciudad iban a morir. Y no es una frase hecha: de los ingresados, solo una minoría sobrevivía.
Los que no lo lograban, se enterraban en el corralet, el cementerio del hospital, donde los ataúdes de madera se apilaban debido a la falta de espacio. Excepto algunos. Los que no tenían familia, los que no eran reclamados, los que morían solos —mendigos, niños abandonados, presos— eran literalmente «cedidos» para estudiar medicina.
Y así, entre tumbas humildes y cadáveres sin nombre, nació uno de los escenarios más potentes de la historia médica de Barcelona.
La antesala del bisturí: el Colegio de Cirugía y la nueva enseñanza
En el siglo XVIII, cuando en Europa empieza a consolidarse la formación científica, Barcelona suma su propio paso adelante con la creación del Colegio de Cirugía: una institución dedicada a formar cirujanos con conocimientos prácticos. El edificio, situado junto al antiguo hospital del Raval, integraba espacios de formación teórica, práctica… y uno de los más singulares: el anfiteatro anatómico, que todavía hoy podemos visitar.
Este anfiteatro no era un salón cualquiera. Era un lugar pensado para diseccionar cuerpos humanos delante de estudiantes, para ver en directo cómo estaban formados los músculos, los órganos, los huesos. Y aunque hoy suene habitual, en aquel entonces era una auténtica revolución. Hasta ese momento, quienes abrían cuerpos eran barberos o carniceros; no existía una enseñanza estructurada sobre el cuerpo humano.
Este espacio cambió eso. Convirtió el aprendizaje anatómico en algo directo, físico, casi teatral. Y no sólo para los alumnos: como veremos, también para un público aficionado que pagaba por observar estas prácticas.
Sala Gimbernat: la belleza barroca al servicio de la disección
El anfiteatro anatómico, conocido hoy como Sala Gimbernat, es uno de los espacios más bellos —e inquietantes— que conserva Barcelona. Un salón elíptico coronado por una cúpula, con una enorme lámpara de araña que lo ilumina todo, con vidrieras y ornamentación barroca y rococó. Todo dispuesto para convertir la disección en una experiencia casi ceremonial.
En el centro está la mesa original de mármol, diseñada con un orificio para evacuar la sangre. Es una de las muy pocas que sobreviven en Europa. Alrededor, las gradas de madera donde se sentaban los estudiantes, con el profesor explicando cada detalle.
Pero no todo lo que rodeaba la disección tenía que ver con la ciencia. La sala tiene una galería superior oculta detrás de celosías desde donde personas de la alta sociedad podían observar las disecciones sin ser vistas. Pagaban por estar allí. La muerte se convertía en conocimiento para unos, y en espectáculo para otros.
Que el espacio sea tan hermoso no es casualidad: la solemnidad barroca quería reforzar la importancia del acto. La ciencia tenía que impresionar tanto como enseñar.




Entre la religión, la ciencia... y las quejas del hospital
No todos estaban de acuerdo con estas prácticas. La disección humana implicaba romper tabúes religiosos: el cuerpo era considerado una obra de Dios, su integridad debía respetarse, y abrirlo era un acto profano. Por eso, no se disecaba a cualquier fallecido. Solo se usaban cuerpos de pobres, desconocidos o condenados.
Para suavizar el acto, se organizaban misas por el alma del difunto y se pedía a los asistentes que ofrecieran limosnas. Pero incluso así, no todo eran buenas intenciones. En los archivos del Hospital de la Santa Creu hay quejas formales de que los alumnos del Colegio de Cirugía destrozaban los cuerpos y se llevaban partes a casa.
La muerte aquí tenía doble destino: devoción… o despiece.
Un tesoro desconocido que puedes visitar
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Hoy, el edificio que acogía el Colegio de Cirugía es la sede de la Reial Acadèmia de Medicina de Catalunya. Y, lo mejor, es que se puede visitar. Las visitas guiadas se ofrecen los sábados e incluyen la historia del lugar, de la medicina en Barcelona y el acceso al anfiteatro.
Hay incluso experiencias nocturnas, cenas sensoriales y espectáculos de ilusionismo dentro de la sala. Un plan diferente e interesante para quienes buscan algo más allá de los circuitos turísticos tradicionales.
Porque este lugar lo tiene todo: arquitectura sorprendente, una historia potente y la oportunidad de ver de cerca cómo se enseñaba medicina en el siglo XVIII. Merece la pena visitarlo, sobre todo si te interesan los espacios poco transitados de la ciudad.
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