Las murallas de Barcelona: historia y vestigios que aún puedes visitar
Caminar hoy por las calles de Barcelona es difícil imaginar que durante siglos la ciudad estuvo completamente rodeada de murallas. Estos muros no eran solo defensivos: marcaban los límites de la ciudad, regulaban quién entraba y salía y condicionaban la vida de sus habitantes. Desde la Barcino romana hasta las murallas medievales, y más tarde las defensas de época moderna, Barcelona estuvo literalmente encajonada entre piedras.
En el siglo XIX se decidió derribarlas para permitir el crecimiento urbano y dar inicio al Eixample, pero todavía quedan vestigios que nos cuentan esa historia. Si sabes dónde mirar, descubrirás restos de torres, portales y lienzos de muralla escondidos en pleno centro. Aquí te contamos cómo eran las murallas de Barcelona y dónde puedes verlas hoy.

Las murallas romanas: el origen de Barcino
Las primeras murallas de Barcelona se levantaron en época romana. La colonia de Barcino, fundada hacia el año 10 a.C., fue protegida por un primer recinto sencillo, pero entre los siglos III y IV, en plena crisis del Imperio, se reforzó con una muralla mucho más robusta.
Este segundo recinto tenía unos 1,5 km de perímetro, rodeaba el Mons Taber (actual Barrio Gótico) y contaba con 76 torres de defensa. Sus muros alcanzaban los 8 metros de altura y 2 metros de grosor, convirtiendo a la pequeña Barcino en una ciudad fortificada.
Hoy se conservan varios tramos muy visibles:
- En la Plaça Nova, junto a la Catedral, se levantan dos torres romanas que flanqueaban una de las puertas principales.
- Desde allí, la muralla sigue por la calle Tapineria hasta la Plaça Ramón Berenguer el Gran, donde se integra de forma espectacular con la estatua ecuestre del conde.
- Otro fragmento se encuentra en la Plaça dels Traginers, acompañado de una torre circular que recuerda la importancia de la vigilancia en tiempos de inseguridad.
Estos restos nos permiten imaginar cómo era la Barcino romana: pequeña, ordenada y bien protegida.

Las murallas medievales: expansión y control
Con el crecimiento de la ciudad en la Edad Media, las murallas romanas quedaron pequeñas. A partir del siglo XIII se levantó un nuevo recinto mucho más amplio, que protegía los barrios que habían surgido fuera del perímetro romano.
Las murallas medievales llegaban a abarcar unas 120 hectáreas y contaban con más de 70 torres y varias puertas de entrada. Además de función militar, servían para cobrar impuestos a los productos que entraban en la ciudad (los llamados “portazgos”).
De aquel enorme recinto todavía se conservan fragmentos importantes:
- El Portal de Santa Madrona, integrado en las Drassanes Reials (Museo Marítimo), es el único portal medieval que ha llegado casi intacto hasta nuestros días.
- En un lugar insólito, uno de los ascensores del metro de Plaça Catalunya deja al descubierto un trozo de muralla medieval, testimonio de cómo el patrimonio se esconde bajo la ciudad moderna.
Estas murallas definieron la vida de los barceloneses durante siglos: encerrados en una ciudad densamente poblada, con poco espacio para crecer, lo que explica la trama estrecha del actual Barrio Gótico y el Raval.

La muralla del Mar: la defensa frente al Mediterráneo
Barcelona siempre miró al mar, pero esa apertura también la hacía vulnerable. Por eso, en el siglo XVI se levantó la llamada Muralla del Mar, un sistema defensivo paralelo a la costa que protegía los muelles y la zona portuaria.
Cerca de la actual Estación de França se encontraba el Baluard de Migdia, parte de esta muralla marítima. Aunque la mayor parte desapareció en el siglo XIX, algunos restos siguen visibles, recordando la importancia del comercio y la necesidad de defenderlo.
La Muralla del Mar fue fundamental para la Barcelona moderna, porque aseguraba la principal fuente de riqueza: el comercio mediterráneo.

El derribo de las murallas en el siglo XIX
Durante siglos, las murallas fueron un símbolo de protección, pero con el tiempo se convirtieron en una cárcel para la ciudad. A mediados del siglo XIX, Barcelona era una de las ciudades más densamente pobladas de Europa, con una grave falta de higiene y vivienda.
En 1854, tras intensas presiones vecinales y políticas, se autorizó el derribo de las murallas. Este hecho permitió la construcción del Eixample diseñado por Ildefons Cerdà, que abrió la ciudad y la convirtió en la metrópoli moderna que conocemos hoy.
El derribo de las murallas no significó borrar la historia: muchos restos quedaron integrados en edificios o plazas, esperando ser redescubiertos por quienes se fijan en los detalles.
Recorrer los vestigios de las murallas de Barcelona es viajar en el tiempo. En la Plaça Nova todavía se puede imaginar la puerta romana que daba entrada a la ciudad. En las Drassanes, el Portal de Santa Madrona recuerda el esplendor medieval. Y en rincones escondidos como la Plaça dels Traginers o el metro de Plaça Catalunya, los muros antiguos conviven con la vida moderna.
Las murallas no solo marcaron los límites físicos de Barcelona, también moldearon su carácter: una ciudad que se defendía, que se apretaba dentro de sus muros, pero que al derribarlos fue capaz de abrirse al futuro.

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